6.24.2006

¿Y ESO ERA TODO?


TODOS PENSAMOS EN ELLA, SOLO QUE NO LO COMENTAMOS.

Así es. Desde que nos enteramos de la irremediable realidad de que un (¿buen?) día tenemos que irnos de esta vida, no dejamos de pensar en la muerte de cuando en cuando. Especialmente cuando vamos acercándonos al límite de edad del ser humano. Tristemente vemos desaparecer tras las lápidas frías y blancas decoradas de flores de plástico, a nuestros amados. Primero miramos con melancolía la partida de nuestros abuelos. Con tristeza y desconsuelo la de nuestros padres. A veces nos angustia ver la partida de un hijo o un nieto. Nos estremece enterarnos que cada vez “se van” más y más de nuestros amigos y compañeros de la escuela: “ Oye, ¿y qué es del Negro Ormazábal? ¿ Lo has visto?” “Ah, ¿Qué no supiste que murió de cáncer?” “¡Noooo! ¿y cuándo....?” “La semana pasada”. Y ahí nos preguntamos si no seremos los próximos. Claro, no es grato estar pensando siempre en que algún día vamos a morir. Pero de que vamos a morir... vamos a morir.
Los jóvenes no gustan hablar del tema. El “momento para ellos” está demasiado lejos como para detenerse a meditar en lo efímera de la vida. Miran a los “viejos” como con lástima o desinterés: “Bueno, ellos ya vivieron su vida ¿no?” “Recién tengo 17 años como para “pasarme rollos” con ese tema, no pasa nada”. Lo irónico del asunto, es que tarde descubrimos que en realidad nunca dejamos de ser jóvenes por dentro. Nos damos cuenta con pena, que solo envejecemos por fuera. Cuando nos vemos al espejo. Pero que en nuestro “yo interno” seguimos siendo adolescentes con sentido del humor, solo que con un poco más de experiencia. El otro día mi hija (de 19 años), me preguntó: ¿Papá, qué se siente haber vivido todos esos años que tú tienes?”. La pensé un poco.... y le contesté: “Nada, hija, nada. Es como si aún estuviera en los veinte. Los años pasan sin que los percibas, y la vida se te hace angustiosamente breve, injustamente breve”.

Sin embargo es el temor a lo desconocido, el no saber qué hay “en el más allá”, lo que asusta a muchos. Se imaginan que allí termina todo, o que les espera alguna desagradable sorpresa desconocida. Para muchos el simplemente dejar de existir para siempre es algo demasiado terrorífico y abrumador para siquiera pensarlo. No faltan los que están convencidos que volverán convertidos en un pájaro, un caballo u otro desagradable insecto en un ciclo interminable de reencarnaciones. Otros se conforman en pensar que “tal vez” irán al cielo a vivir entre nubes de algodón para hacer no sé qué cosa, o pasársela mirando hacia abajo a ver cómo se las siguen arreglando los pobre que siguen vivos.

Sin embargo la realidad es otra. Maravillosamente diferente a todos esos “augurios fatalistas”. Solo que es penoso que tan pocos conozcan esa realidad, y muchos menos siquiera la crean. Si tan solo pudieran darse tiempo para comprobar la verdad acerca de la muerte. ¿Es tan difícil percibir que nuestro maravilloso cerebro (a años luz de las computadoras de última generación), capaz de no solo pensar, sino de sacar conclusiones, calcular probabilidades estimar resultados, tomar decisiones basadas en todos esos “procesos complejos”, capaz de recordar y repasar el pasado, manejarse en el presente y proyectarse al futuro, no pudo aparecer así no mas como de la nada? ¿Qué nuestra capacidad de amar, de apreciar, de añorar, de percibir la conciencia de la existencia, de darnos cuenta que dejaremos de existir un día, alguien la puso allí? ¿Qué el deseo de no morir nunca, que el hecho de angustiarnos por el término de nuestra vida, que el no conformarnos nunca por la pérdida de nuestros amados, nos grita que no fuimos creados para morir? Entonces, ¿porqué morimos, por Dios? No por causa de Dios, el Creador. El nos creó con la capacidad de pensar e investigar. Nos dio la inteligencia suficiente para comprobar sus explicaciones acerca del porqué de la muerte. Las respuestas están justo delante de nuestras narices, pero a veces somos demasiados escépticos como para interesarnos en investigar. Esperamos a última hora, cuando estamos agonizando apavorados, para mirar al cielo y preguntar “¿Por qué?, ¿Por qué?”.

Si investigamos las explicaciones del creador, comprobamos. Y si comprobamos creemos y nos tranquilizamos. Llegamos a comprobar que la famosa muerte, es una enemiga, pero en el fondo no es nada. Solo un sueño. Que al dar nuestro último suspiro y nuestro último parpadeo, instantáneamente volvemos a abrir los ojos, en un microsegundo, y ya estamos en otro mundo. En el mismo planeta pero en otro mundo. Y nos bajamos del camastro para comprobar que allí están nuevamente todos nuestros amados. Y se nos dice que ya no moriremos nunca más “¿Es que me morí?” Preguntaremos incrédulos. “Pero si acabo de cerrar los ojos solamente”. Y entonces nos lamentaremos de habernos preocupado tanto durante toda nuestra “vida” del hecho de que íbamos a morir. Si en realidad nunca nos morimos... solo fue un cerrar y abrir de ojos.... Preguntaremos incrédulos...”¿Y eso era todo?”. ¿Podremos dejar de reír tanto?