2.24.2010

CRONICAS DEL VIEJO MUNDO

— LA CASTA DE LOS EGOÍSTAS —


Uno de los nuevos entendimientos del Esclavo, es que no debemos considerar a las cualidades de una personalidad cristiana, como “frutos del espíritu”. Incluso algunos insistían que eran 9, otros, que habían muchos mas, pero que no se mencionaban en Gálatas, etc. Etc. Mas bien, ahora entendemos que esas cualidades son el resultado del Espíritu Santo de Dios operando en nuestra personalidad. Es decir son la consecuencia de aplicar los principios bíblicos y el amor de Jehová en nuestra mente y corazón. Y eso es razonable, ya que siempre se ha entendido que al hablar de los frutos de algo, nos referimos a las consecuencias o al resultado de haber obrado de tal y tal manera.

Pero poco se habla de las “Obras o frutos de la carne”, y con razón. Pero es bueno de vez en cuando meditar en ellos y en las consecuencias desastrosas que se obtienen cuando se les deja dominar nuestro corazón y mente. La gran mayoría de las veces, no es solo una característica de la carne la responsable de esos resultados, más bien resulta de la conjunción de varias características carnales.

Pero mi meditación me ha llevado a concluir (y esto es solo mi apreciación personal, nada más), que de entre todas estas “gracias” de la carne caída, hay una que en sí misma es terriblemente peligrosa, solapada, destructiva en extremo, y como si todo eso fuera poco, responsable de la casi totalidad de las calamidades que agobian al ser humano.

Usted tal vez esté pensando en la ambición... Claro, dirá, la ambición llevó a Eva a pecar, a Judas a traicionar a su Señor, a Acan a desobedecer el expreso mandato de Jehová de no tomar nada de Jericó, a Satanás mismo a pretender obtener la adoración que solo le pertenece a Jehová, etc. O quizás podríamos pensar en la envidia, la que ha provocado muchos desastres e injusticias. Fue la envidia la que llevó a Caín a matar a su hermano, fue por ella que los hermanos de José lo vendieron a Egipto como esclavo, en fin... sería largo de enumerar sus trágicas consecuencias. Pero... pero... Todas esas “obras de la carne” son solo aristas o facetas del principal responsable de todo este embrollo.... sutil y astuto como él solo, traicionero, solapado y cómplice de nuestro corazón imperfecto y desesperado... Sí, me refiero al egoísmo.

El egoísmo es fácilmente reconocible... en otros. Pero nos resistimos a creer que nosotros mismos hayamos caído en él en algún grado, aunque lo afirmen los demás. Cuando uno quiere encontrarle explicación a qué hace egoísta a una persona y qué no ha otra, cuesta llegar a alguna conclusión. A riesgo de parecer reiterativo, tenemos que reconocer que el egoísmo tiene su origen en el mismo génesis de la humanidad. Si no cómo explicamos el que un hombre perfecto (Adán), con todas las hermosas cualidades anidadas en su corazón por su Creador, haya caído en la enorme indiferencia (cruel indiferencia diría yo), de no importarle la mortal herencia que estaba dejando a su descendencia con su irresponsable decisión, ni como iba a afectarnos su acto de rebeldía. ¿Debería sorprendernos que, al ser descendientes de él, hayamos nacido con un fondo egoísta?

Lo que hizo Adán es egoísmo puro, llevado al paroxismo de su cenit. Y no exageramos... Él sabía lo que le ocurriría a su descendencia, pero no le importó... Estaba demasiado ocupado adorando a su esposa, a tal grado que se puso de parte de ella, a sabiendas que se estaba causando la muerte para sí mismo y para su descendencia. “Adán no fue engañado, la mujer fue engañada”, dijo más tarde el Apóstol Pablo.

El comentario del texto del día del 8 de Febrero de 2010, comienza diciendo que “El corazón (imperfecto), es egoísta por naturaleza”. Por eso no es sorprendente que esta actitud ya se ponga de manifiesto desde la tierna infancia. La revista Parents comenta: “Todos los niños pequeños son egocéntricos. [...] Se interesan en ti, pero solo cuando haces algo por ellos”. Los que somos padres sabemos muy bien, que si no se controla, el egoísmo puede convertirse en un rasgo muy arraigado en la personalidad de nuestros hijos. Recuerdo con satisfacción lo que me contó una vez mi esposa; cómo a ella y a su hermana le potenciaron el espíritu de compartir y altruismo desde muy pequeñas. Su madre, cuando les compraba algún tentempié, les compraba solo uno para las dos, y les enseñaba a compartirlo entre ellas. Ese pequeño detalle, es recordado con cariño por ellas, y aún hoy, son excelentes amigas y ambas muy dadivosas con los demás.

A los que nos esforzamos por evitar ese maligno rasgo de la personalidad, nos cuesta entender que haya otros que se entreguen a él “de cuerpo y alma”. Para el egoísta consuetudinario el mundo solo existe para y por él. Todos los demás están en un segundo plano, como desenfocados en la cinta de la vida. En innumerables ocasiones, se les oyen las preguntas: “¿Y qué saco yo con eso?”, o “¿Qué gano haciéndolo?”. Pero tal egoísmo no fomenta la felicidad. Contradice de pleno el principio que enunció Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35).Cualquier situación ventajosa, cualquier bien material, cualquier cosa de la cual se pueda sacar partido, el egoísta la imagina “ligada” a él inmediatamente, como formando parte de él (o ella). No soporta la idea de tener que compartirlo. En su mente afiebrada todos los demás, excepto él, no son dignos. Por eso los egoístas, por lo general, son también egotistas. Esta palabra, parecida (pero no igual) al egoísmo, tiene una connotación de vanidad, altanería y narcisismo. El término griego que se traduce “egotismo” literalmente significa “gloria vacía” o “alabanza hueca”. Los egotistas tratan de llamar la atención por razones que carecen de valor auténtico o duradero. Se ufanan en cosas vacías, es decir, un sentimiento exagerado de su propia personalidad, lo opuesto a considerar que los demás son superiores a nosotros, como aconseja la Biblia.

¿Dije “Narcisismo”, por ahí?, Bueno... en la mitología griega Narciso era el hijo del dios río Cefiso y de la ninfa Liriope. Según relata el mito, era de sobresaliente belleza. Al ver su propia imagen en las aguas de una fuente, Narciso se enamoró de sí mismo. Era incapaz de amar a otros, y estaba tan cautivado consigo mismo que ni siquiera se levantó para comer. Languideció y al fin murió. Hoy día en el sicoanálisis se usa el término narcisismo para aludir a un grado de egoísmo tan intenso que el paciente es indiferente a otras personas... a menos que pueda lograr que ellas lo noten, lo admiren y se interesen en él para su propio beneficio. ¿Y qué vamos a decir de nuestros tiempos?... Vivimos rodeados de egoístas, narcisistas, ego centristas, y egotistas.

¡ Dios nos libre.....! .... y ampare nuestro corazón, no sea que nos convirtamos en uno de ellos y no lo notemos o no queramos creer que lo somos.... Si uno lo piensa, y de tanto escribir para que otros me lean.... Oh, oh,... qué miedo, ¿verdad?



He’ Mem.